Extracto de la homilía de don Rafael

 DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

(Dan 12,1-3/ Sal 15 / Heb 10,11-14.18 / Mc 13,24-32)

 

«Entonces se salvará tu pueblo: todos los que se encuentran inscritos en el libro»

En esta clave de la profecía de Daniel es como nosotros también tenemos que leer el Evangelio que acabamos de proclamar. 

Este lenguaje apocalíptico que utiliza el Señor nos puede dar un poco de miedo; ese día terrible que el Señor describe, si no lo leemos desde una clave acertada, pudiera crear en nosotros cierta desazón, incluso cierto temor.

Sin embargo, ese día del que nos habla el Señor, para un creyente, no debe generar ningún tipo de temor, sino todo lo contrario. Porque de lo que nos habla el Señor es precisamente de que, en el tiempo final, en este lenguaje apocalíptico en el que el Señor nos habla de los últimos días, lo que se realizará es precisamente la culminación de Su obra. Y la obra de Dios está llamada a la perfección del amor.

Porque lo que nosotros sabemos por la Sagrada Escritura (por la revelación) es que, cuando el Señor vuelva en gloria, será porque ya se habrá culminado la obra redentora del Señor; y el Señor, como dice la propia Escritura, habrá puesto bajo sus pies a todas las realidades y, por tanto, lo que se experimentará, será la culminación de la obra de Dios por medio del amor.

 

La vida del creyente está llamada a lo mismo. Estamos llamados a reconocer que, en ese camino constante que es la vida del hombre, nos preparamos para ese encuentro final con Dios. Y, mientras eso sucede, nuestra vida tiene que ser una preparación constante y una llamada constante a la conversión.

 

Le tenemos que pedir al Señor que nos dé ese corazón bien dispuesto para poder hacer siempre el bien

El Evangelio de hoy tiene mucho que ver con la parábola que el Señor pronuncia sobre las vírgenes sensatas y las necias. Esas sensatas que se proveyeron de aceite y que, cuando llegó el momento del encuentro con el esposo, estaban preparadas y recibieron la llamada del esposo para que pudieran entrar con él en el banquete de bodas; y aquellas necias que no habían preparado aceite para las lámparas y que, en esa preparación a última hora, vieron cómo las puertas se quedaban cerradas porque no habían sido previsoras.

 

Nosotros tenemos que ir llenando nuestras lámparas de aceite para que, cuando nos llegue el momento del encuentro definitivo, nuestra vida está alumbrada fundamentalmente por las obras del amor.

¿De qué tenemos que llenar nosotros nuestras lámparas, que son nuestras vidas? Pues estamos llamados a llenar nuestras vidas de misericordia, de amor entrañable, de reconciliación, de solidaridad, de respeto al otro… Y cuando esa vida se llena de todas estas cosas, se vacía de lo malo: se vacía de la autoridad del pecado, se vacía de egoísmo, se vacía de insolidaridad, se vacía de falta de empatía para con los demás…

Por eso le tenemos que pedir al Señor que nos ayude a vivir este tiempo con esperanza, y sobre todo a no esperar a otro momento para hacer el bien. 

 

Ojalá el deseo de nuestra vida, después de celebrar esta Eucaristía y de haber escuchado la Palabra de Dios, sea ésa: tener la disposición de abrirle el corazón al Señor para que Él nos llene de Su gracia, para que Él nos llene de Su amor, que es el que de verdad transforma la vida y transforma la realidad.

 

El Señor nos ama con nuestras debilidades y, de la misma manera, nosotros tenemos que amar a los demás

Lo mismo que nosotros esperamos que en el último día se haya hecho realidad ese proyecto de Dios para con la humanidad, también nuestra vida tiene que ser ese proyecto de Dios en el que desaparecerá el mal, desaparecerán las tinieblas del pecado, para poder iluminarnos con la Luz de la gracia de Dios.

 

Todo eso lo podemos realizar, como nos ha dicho el autor de la carta a los hebreos, cuando descubrimos que Jesucristo, que está sentado para siempre a la derecha del Padre, se ofreció de una vez para siempre y nos dio la clave para poder vivir como hijos que iluminan al mundo.

Y nosotros, para iluminar al mundo, no podemos mirar para otro lado que no sea a la Cruz, y descubrir que en Él nosotros tenemos el modelo a seguir.

Jesucristo ilumina la realidad con su capacidad de amar, de comprender, de perdonar, de aceptar a los otros tal y como son; y, de la misma manera, también nosotros tenemos que iluminar la realidad de la misma manera.

 

¿Hay en nuestra vida tinieblas que nos impiden amar? ¿Hay realidades que nos impiden abrir el corazón y ser solidarios con los demás?

Porque es fácil amar a los que nos aman, y comprender a aquéllos a los que tenemos especial afecto y que tenemos capacidad para comprenderlos, para perdonarlos, para aceptar sus debilidades.

Pero qué difícil es amar aquello que nos provoca rechazo, que es lo que el Señor hace: poner el corazón en la miseria del hombre y tener misericordia. Y nosotros también estamos llamados a ello: a poner nuestro corazón en las miserias de los demás, y a amarlos con esas miserias, amarlos con esas debilidades; porque hemos sido nosotros primero amados en nuestras propias debilidades. Jesucristo nos ama tal y como somos: con nuestras miserias, con nuestros pecados, con nuestras dificultades a la hora de avanzar en la fe. 

Hay todo un proyecto de conversión. Lo mismo que el mundo está llamado a transformarse y a vivir desde el Reino, también yo estoy llamado a vivir de la misma manera.

 

Vamos a empezar dentro de nada un nuevo Adviento, y es un tiempo precioso para proponernos de verdad tener esa actitud de encuentro con el Señor, como hemos dicho antes en el ejemplo de las vírgenes sensatas y de las vírgenes imprudentes; y decirle al Señor: yo quiero tomarme en serio mi encuentro contigo, quiero tomarme en serio mi conversión, yo quiero tomarme en serio mi identificación contigo. Y eso solamente será posible si le abrimos el corazón al Señor y caminamos junto al Maestro, junto a Aquél que ha dado la vida (como dice la carta a los hebreos) de una vez y para siempre, para perfeccionar definitivamente a los que van siendo santificados.

 

Ojalá sea ése el deseo de nuestro corazón, para poder vivir como verdaderos hijos de Dios.

 

Dios escucha la oración del pobre

Éste es el lema de hoy de la jornada mundial de los pobres. Y Dios, que escucha la oración del pobre, espera de nosotros que seamos sus manos y sus pies para que los pobres que claman a Dios puedan encontrar Su amor y Su misericordia en los hermanos.

 

Nosotros tenemos que descubrir que somos unos auténticos privilegiados.

Nuestras situaciones muchas veces no obedecen a nuestros méritos, sino a las circunstancias de nuestra vida.

Y muchas veces hemos podido tener la tentación, y hemos caído en ella (yo el primero). Hablo en primera persona, y no me da ningún cargo de conciencia el decirlo, porque creo que es algo compartido (si no por todos, por muchos); yo, muchas veces, al ver la pobreza de alguno, he podido creer que era fruto de la mala forma de actuar de unos y de otros, sin darme cuenta que yo soy un privilegiado, y que mi vida y mi situación se la debo solo y exclusivamente al amor entrañable de Dios y a su infinita misericordia.

Por tanto, a aquel hermano que sufre la pobreza o que tiene limitaciones, tenemos que verlo como una víctima, como aquél que me necesita, que clama a Dios y que es escuchado por Dios. Y ahora Dios espera oír mi respuesta, no desde el juicio ni desde el rechazo, sino desde la aceptación del otro, para que pueda experimentar la caridad que viene de Dios.

Cuando actuamos de esta manera, somos testigos y tenemos la lámpara bien encendida. Y, cuando los demás reciben la caridad de parte de los hermanos, experimentan también esa oración que es escuchada por Dios y que se hace realidad en la caridad de los otros.

 

Seamos generosos, miremos a los demás con ojos limpios y descubramos que, en los pobres, tenemos un reto; para que puedan vivir dignamente, porque ése es también el plan de Dios: que todos sus hijos vivan con dignidad y puedan tener la oportunidad de desarrollar una vida digna, una vida conforme a la voluntad de Dios.

 

Rafael Capitas. Pbro.

parroco.laantigua@gmail.com