Extracto de la homilía de don Rafael

VII DOMINGO DE PASCUA (12/5/2024)

 

«Ellos se fueron por todas partes a predicar el Evangelio, y el Señor confirmaba el mensaje con los signos que los acompañaban» (Mc 16, 20) Y, gracias al testimonio de esos hombres y mujeres que se encontraron con el Señor Resucitado, que creyeron profundamente en Él y que le abrieron el corazón, es por lo que hoy nosotros estamos aquí. Porque, si aquellos hombres y mujeres de aquella primera comunidad cristiana, se hubieran dejado llevar por la pereza o hubieran puesto excusas humildes (como podemos poner siempre, de que esto no es para mí, o que tenemos muchas cosas que hacer), evidentemente, hoy en día, nosotros no estaríamos en torno a la mesa de la Eucaristía, celebrando la presencia del Señor Resucitado en medio de nosotros.

 

Ser testigos del Señor hoy en día

De la misma manera que aquellos hombres y mujeres dieron paso a nuestra fe veintiún siglos después, dentro de años y dentro de siglos, otros podrán seguir conociendo el Amor de Dios a través del testimonio de nuestra vida. De tal manera, la Iglesia necesita de testigos; lo mismo que ellos fueron testigos del Señor Resucitado y transmitieron la fe de generación en generación, de igual modo, nosotros tenemos que seguir siendo testigos del Amor de Dios, para que aquellos que vienen después de nosotros se puedan encontrar con el Señor.

 

La comunidad cristiana es un referente de Dios; la comunidad cristiana tiene que ser imagen de la Santísima Trinidad. Y hoy, nosotros, le tenemos que pedir al Señor que, por intercesión de Su Madre la Santísima Virgen de la Antigua, nos conceda fundamentalmente esa gracia.

Muchas veces podemos estar preocupados por muchas cosas, y a mí (que soy el nexo de conexión de todos vosotros) me expresáis preocupaciones, como cristianos y como creyentes, de la vida y de la marcha actual de la sociedad y de la comunidad. Y muchas veces pensamos que cada vez son menos las personas que reciben el Sacramento del Bautismo, que vivimos en una sociedad cada vez más indiferente, que cada vez nos cuesta más trabajo encontrar a personas que tengan de verdad convicciones profundas o una verdadera experiencia de Dios… y, si bien todas esas preocupaciones pueden ser legítimas, a nosotros lo único que nos tiene que preocupar es si de verdad nuestro testimonio y nuestra vivencia de Dios es auténtica; porque, en la medida en que nuestro testimonio y nuestra vivencia de la fe dentro del seno de la comunidad sea auténtico, eso interpelará a otros.

 

La lengua nueva del Amor

En la primera comunidad cristiana, una de las cosas que destacaban de ellos era la capacidad que tenían para amar; y eso era lo que interpelaba a la gente.

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles, podemos leer que la gente comentaba «mirad cómo se aman»; les asombraba la capacidad que tenían para amarse, para compartir lo que tenían, para perdonarse y estar pendiente los unos de los otros (Hch 4,32). Y aquello interpeló a la comunidad del siglo I de nuestra era, e hizo que muchos creyeran en el Señor.

 

Nosotros tenemos que pedirle hoy al Señor que nuestra comunidad parroquial sea lo mismo que aquella primitiva comunidad, que se encontró con el Señor y ese Encuentro les cambió el corazón. Y que los signos que nos acompañen sean los que el Señor dice hoy en el Evangelio.

Obviamente, tenemos que reinterpretar y comprender qué es lo que el Señor nos dice a través del Evangelio. Pues dice «comerán serpientes… beberán un veneno mortal y no les hará daño» (Mc 16,18), y tampoco hay necesidad de tentar al Señor e ir a buscar una serpiente para ver si somos testigos fieles y no nos pasa nada; pues todo eso tiene un sentido, por supuesto, y esos signos de los que el Señor nos habla son los signos del Amor.

 

Cuando uno ama, esa lengua nueva de la que el Señor nos habla («hablarán lenguas nuevas», Mc 16,17), se refiere a la lengua nueva del Amor que el mundo necesita, que no conoce y que nosotros le podemos mostrar: mira, hay un lenguaje que tú todavía no conoces pero que yo te presento, que es el lenguaje del amor. Y yo hoy te lo presento para que, lo mismo que el Señor a mí me ha hecho feliz y me ha cambiado el corazón, y me ha abierto un camino nuevo de felicidad y de plenitud, eso mismo yo te ofrezco; como Pedro le decía al paralítico «yo no tengo ni oro ni plata, pero lo que tengo te lo ofrezco: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda» (Hch 3,6). Se trata de ofrecer a los demás, en nombre del Señor, el Evangelio y la Buena Noticia, la experiencia del Amor de Dios.

 

«Curaréis a los enfermos» (Mc 16,18)

Cuando uno está cerca de los enfermos, cuando uno se hace presente en sus vidas, eso es sanador; y ése es otro de los signos que nosotros (la Iglesia) intentamos hacer.

Pues, si miráis dónde se hace presente la Iglesia, la podemos ver en las cárceles, a través de la pastoral penitenciaria (en esta comunidad hay un grupo que lleva muchísimos años), haciéndose presente en las cárceles para acompañar a aquéllos que necesitan de redención, no solamente a nivel humano sino también a nivel espiritual; la Iglesia está también en los hospitales, con los enfermos, con los ancianos; la Iglesia está en el mundo de la educación, porque sabemos que nuestra misión es iluminar el camino de la gente, para que descubran y experimenten el Amor de Dios en sus vidas.

 

La Virgen María como guía y ejemplo de fe

Y todo eso lo hacemos guiados por la Santísima Virgen María.

Ella es la antigua creyente, como la advocación de la titular de nuestra parroquia, que se llama así porque ella es la primera creyente, aquélla que fue la que primero le abrió el corazón al Señor, aquélla que descubrió el poder de Dios, que lo transforma todo y que lo hace todo nuevo y mucho más hermoso.

En la Virgen María descubrimos nosotros, precisamente, a esa creyente dócil al Espíritu Santo, que no dudó un solo instante en el momento de la Encarnación para decirle al Ángel del Señor «aquí está la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra».

María estaba también al pie de la Cruz, en el momento crucial de la vida de Su Hijo, para ofrecerle ese bálsamo que necesitaba en ese momento.

 

 

En María tenemos ese referente claro: esa antigua creyente, esa primera creyente que le abrió el corazón al Señor y que le dijo “haz conmigo lo que quieras, porque no temo, porque yo sé que el camino que Tú me puedes mostrar es el camino que lleva a la vida”.

 

¿Nos hemos fiado nosotros de Dios? ¿Confiamos nosotros en el Señor como María?

Hoy es una buena oportunidad para pedírselo, y para decirle al Señor «Aquí estoy, haz que yo sea instrumento de Tu Amor y que yo, en Tus Manos, pueda comunicar al mundo, desde mi testimonio, que nos sigues amando, que no te has desentendido de nosotros, sino que sigues muy presente en Tu Iglesia y en Tus hijos».

 

Rafael Capitas. Pbro.

parroco.laantigua@gmail.com